
Por Jorge Díaz Guzmán @JdiazguzmanCom
La cosa pública: la administración del Estado, la representación electoral en los municipios, Consejos Regionales, en el Congreso Nacional y en La Moneda, requiere -para influir en la opinión pública y en las instancias de poder-, de una acción política, de líneas discursivas para el debate y los acuerdos, que permitan mantener la adhesión ciudadana suficiente, para la aplicación e implementación de las políticas públicas propuestas. De lo anterior, se desprende que no se puede acceder y menos ejercer el poder, sin una acción política determinada y, como en todas las actividades de la vida, quienes mejor ejercen un oficio son los especialistas.
En este caso, hablamos de lograr el arte de lo posible: “La naturaleza de los pueblos es muy poco constante, resulta fácil convencerlos de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos”, nos dice Nicolás Maquiavelo.
Por estos días, nuestro país vive con intensidad la actividad política y el civismo, que se expresa en el cambio de gobierno y en la CC, sin embargo, esos procesos, para algunos carecen de sentido y/o rigor político y, por su parte, otras/os protagonistas, critican a “los políticos” y les gustaría verlos lejos de la cosa pública actual.
En diciembre de 2021 la ciudadanía castigó a la denominada “clase política” y los cambió por una nueva generación de políticos, que no tienen antecedentes vinculados a actos de corrupción y su accionar está lejos de favorecer a las minorías privilegiadas o conservadoras del país.
Esta generación de nuevos/as políticos/as, iniciados hace unos 15 años en las causas estudiantiles secundarias y universitarias (2006 con la Revolución “Pingüina”), ejercieron liderazgos políticos en sus liceos, facultades y en las organizaciones sociales, poco a poco, fueron construyendo una nueva élite política, una generación que cambió la lógica, de “en la medida de lo posible” a ” lo máximo posible” y que está representada principalmente por el Presidente Gabriel Boric y sus ministros/as de Interior, de la Presidencia y Gobierno, y en el ámbito sectorial, ministros/as que destacan por su excelencia académica y profesional, todos los cuales, en sus compromisos señalaron terminar, no con la política, sino que con las malas prácticas de ella, que tanto daño le han causado al ejercicio de la cosa pública.

En este contexto, el ejercicio del poder que se deriva del soberano; donde millones de personas anónimas, de géneros, edades, etnias, religiones y de territorios distintos; quienes votaron convencidos por ellos, lo hicieron para erradicar y en su defecto no tolerar, bajo ninguna circunstancia, prácticas reñidas con la ética política. Max Weber en su ensayo “La Política como vocación”, decía que la política, debía contener “ética de convicción moral”.
El oficio de la política, por tanto, debe hacer posible que una sociedad se desarrolle en armonía democrática, en este caso, poner en marcha un programa de gobierno, que no solo tiene medidas transformadoras, demandadas por una inmensa mayoría de ciudadanos/as del país, sino que también, debe ser capaz de mantener una fuerza social suficiente, que legitime cada una de las acciones políticas que se emprendan en el periodo 2022-2025.
De ahí entonces, que un equipo de Gobierno, desde sus ministros/as, subsecretarios/as, delegados presidenciales y seremis, no sólo deben ser calificados profesionales, sino que también, personas jóvenes y capaces de darle un sentido político a su trabajo gubernamental, que permita mantener una fuerza social necesaria, para legitimar cada una de las iniciativas de un programa de gobierno, que fue respaldado por el 56 % de la ciudadanía activa.
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