Fuera de Foco


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Por Jorge Díaz Guzmán @JdiazguzmanCom



Luego de consolidarse el fracaso del Gobierno del Presidente Sebastián Piñera y considerando que en unas semanas más tendremos las elecciones de concejales, alcaldes/as, gobernadores/as regionales y constituyentes, el desafío de quienes participan de la “cosa pública”, es decir, los partidos políticos, el mundo social organizado, las élites empresariales y demás instancias de poder, deberían ser capaces de articular un diálogo que permita ofrecer alternativas de gobernabilidad para el nuevo Chile que estamos construyendo.

Para ello, deberían dejar de repetir eslóganes y esgrimir argumentos gastados y que solo hacen, que todos den vueltas en círculos, sin llegar a ninguna parte.

Erradicar del lenguaje, conceptos como el populismo; sinónimo de soluciones fáciles y demagógicas; neoliberal, asociado a la especulación financiera y el abuso del capital; cambio de modelo, asociado a hacer lo contrario a las normas vigentes; mejorar calidad de vida de los y las chilenas, vinculado al paternalismo estatal y público, etc., etc.

La política, como herramienta pensada por los humanos, es la que permite generar correlación de fuerza social, para establecer alianzas y a partir de ellas, ofrecer soluciones a las grandes mayorías en un país, que no quiere vínculos ideológicos con quien gobierne, sino que, un acuerdo en función de objetivos que permitan a las familias y grupos sociales diversos, para que puedan vivir en armonía, y donde cada cual, busque su propio camino a la felicidad y bienestar individual y como consecuencia colectivo.

Nuestra sociedad es distinta a la que perciben los grupos de poder acostumbrados a la competencia ideológica, a los fundamentos doctrinarios, los cuales se anclan en proyectos sociales, que tienen una receta sacada de un libro de catecismo, de algún ideólogo, filósofo o iluminado de siglos anteriores al actual.

Leer esta sociedad y generar una propuesta, es un poco más complejo, que como lo veníamos haciendo en el siglo XX, cuando cada cual, conocía un relato para gobernar y/o servir a una nación, eso se terminó, eso ya no es posible, porque esas recetas fueron pensadas, discutidas y elaboradas para un mundo social, que ya no existe.

Lo primero que debemos asumir -en parte lo veníamos haciendo- es entender que no existe una sola realidad, eso siempre ha sido así, dirán algunos; claro, pero esas realidades tienen ahora un solo contexto global y ese hecho, ya lo hace distinto…

La realidad global tiene otra dinámica…

Quienes piensan en las soluciones sociales y políticas deben tener clara conciencia en donde se aplicarán esas soluciones, a quienes afectan negativa o positivamente.

Si un político no internaliza lo que significa, que la inteligencia humana esté instalada en Marte, no puede pensar una solución, ni siquiera en la comuna más pequeña de este extremo país; un líder, que pretende encabezar una instancia de poder y no se da cuenta, que estamos iniciando el fin de la era del petróleo, no puede pensar una solución local, por muy pequeña que sea la villa o aldea que pretende gobernar.

Un dirigente que se conecta a un Zoom, para exponer sus ideas y no sabe de los posibles efectos planetarios del cambio climático en los próximos 15, 30 y 50 años, no puede ofrecer soluciones a comunidad alguna en el planeta tierra… No puede.

Alguien que no se da cuenta que estamos transitando en un cambio civilizacional, en el cual los humanos, hemos generados un nivel de adelantos tecnológicos tal, que nos coloca en un nuevo estadio, no puede desarrollar políticas públicas destinadas a generar mayores grados de bienestar social.

Todas las nuevas variables han provocado, no solo cambios ambientales y tecnológicos, sino que también sociológicos, nuevas formas del comportamiento humano, que deben ser leídos por la clase dirigente.

Hoy la gran mayoría de la ciudadanía no tiene lazos ideológicos ni fidelidad partidaria, como se apreciaba desde 1988 hasta el año 2000 en Chile, por instalar un ciclo electoral reciente, que se inicia con el Plebiscito del 5 octubre de 1988 y que cambia a partir de la denominada “Revolución Pingüina”, culminado con el quiebre del dialogo social, entre la ciudadanía y las estructuras de poder, en octubre de 2019. Fenómeno que se explicaría, además, si estudiáramos en profundidad los acontecimientos, desde el movimiento de los indignados, otra vez en mayo, en París, pero en el siglo XXI. (“Indignez vous”, de Stéphane Hessel).

Por estos días, cuando en Chile se intenta entender una ciudadanía insatisfecha, indignada con las instituciones del Estado y los grupos de poder; cuando las contradicciones de un sistema agotado hace crisis, en medio de una pandemia sanitaria provocada por el COVID-19, pareciera que cada cual ve una solución particular, sin percatarse que tenemos –en medio de un cambio civilizacional- una nueva ciudadanía, que sí se da cuenta, que es objeto de profundos cambios, que reclama ser protagonista y al mismo tiempo –con ciertos grados de nihilismo- busca la felicidad, pero la propia, la personal y la de su entorno inmediato, por tanto, cuando pide y reclama un “cambio de modelo”, lo que está pidiendo es un “espacio social”, donde sea posible desarrollar su proyecto personal y único, que puede ser distinto al de su vecino, al de su compañera de trabajo y diferente incluso a los diversos grupos etarios que componen nuestra sociedad chilena, es decir, la tarea de la clase dirigentes es construir un “modelo” desde el Estado, que permita que cada chileno/a le permita lograr esa aspiración, que no es más que su propia felicidad.

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