
Por José Mansilla C.
Académico Correspondiente por Coyhaique
Academia Chilena de la Lengua
Desde Coyhaique Alto, divisas este valle y sueles apreciarlo cada vez que te asomas en viaje procedente de Comodoro Rivadavia. Contemplas sus ojos de agua, cerros y cordilleras, las tolderías que seguramente cubrieron las explanadas, los fuegos ardiendo para acercar el mate y los asados de chulengo o choique.
Recuerdas tu vida en el campo, ordeñando vacas, preparando huaches para liebres o acompañando a tu madre en sus diversas labores. Ves a tu padre Talabartero, trabajando allí en calle Moraleda o reunido con sus amigos para jugar al Cacho, al Ajedrez o la Brisca. Lo vislumbras con claridad y sabes de su partida: “penetró como en un túnel a la tierra”.
Observas aquella gallina copetona, que llena de amor, ha incubado esos huevos grandes, que luego se convierten en patos. Te ves camino del Baker, Chile Chico o Villa O’ Higgins, en donde conociste a tanta gente, hombre y mujeres que hacían sus vidas con esfuerzo. A don Quinto, que debió pasar unas meses a la sombra de la ley. A don Tato Vidal, viejo profesor que imbuido de normas, te enseñaba a ti y a otros a formarse como grandes ciudadanos. Recuerdas a don Paulino Ibáñez, hombre tehuelche, diestro en los quehaceres del campo: “mañana o pasado espero / que alguna calle lleve su nombre”
Te ves golpeado y maltratado. Aterido de frío en las faldas del Cerro Cinchao, plantando pinos y ganando un sueldo exiguo. Estás allí en el Sindicato de la Construcción, escribiendo poemas o alentando con tu palabra a todos quienes quisieran escucharte. De tu voz, se origina “Gualato”: ese “Matrón de las Papas” y proyectas esos sentidos versos al fondo de la sala. Hay algo de Neruda en lo que dices, la expresión verbal puesta al servicio de los más humildes.
Te escucho airado, reclamando por la discriminación entre hermanos, por la pertenencia o no a un grupo social, por la irrelevancia del color de la piel. Hablas enrojecido por tantas injusticias. Quisieras tener un poco de paz en medio de los bosques de tu tierra, o entre las polvorientas calles, que día a día, recorres, amaestrando y queriendo perros. Aquellos “cachorros” que te llenan de satisfacción.
Me veo sentado a tu mesa, sirviéndonos unos grandes panes con chicharrones, matizados con unas copas de fuerte, mientras el viento afuera, se lleva todo, salvo ésos instantes de hablarnos, escucharnos o de sabernos en el afecto compartido, en el luminoso fogón de hombres y mujeres de estos parajes.

Veo tu alegría, al recibir tu diploma como Vecino Destacado de Coyhaique. Tu felicidad al saber que se editaron tus libros: Almendros y Casas Brujas. Tu voz profunda y expresiva leyendo poemas, acompañado de la guitarra y el canto de tu amigo Patricio Cunnigham. Miro, también, el intenso y profundo amor por tu hija Valeska y tus nietos.
Y por sobretodo, confirmo tu calidez, tus grandes afectos por todos nosotros, tus amigos y amigas. Siempre con las manos extendidas, los grandes abrazos, la sonrisa invitante… La solidaridad con que nos enseñaste a ser generosos y fraternos.
Ahora en la levedad, seguramente, nos contemplarás, risueño, pícaro como eras y podrás decirnos: Quizás allí/ comience a escribir el mejor canto./ Tal vez recién mi llovizna/ se transforme en aguacero…
Hasta Pronto, querido Toño Mera.
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