Las guerras y las conquistas en todo el mundo -también en la América prehispánica y colonial- fueron muy buenas excusas para exigir altos impuestos a las personas y financiar estas empresas expansionistas. En buenas cuentas, siempre ha sido incómodo el cobro de gravámenes en cualquier cultura o nación, en Oriente y Occidente, sin embargo, más allá de eso, lo clave es quién los paga, para qué los paga y cómo los paga.
Por Claudio Díaz Peña (*)
cdiaz@elpatagondomingo.cl / @claudio_diazp
Los impuestos tienen un origen que se pierde en la antigüedad. Algunos aseguran incluso que la acción de desprenderse de una buena parte de las posesiones propias -como sacrificio a algo superior- tiene sus antecedentes más primitivos, en los ritos, honores y tributos que el hombre rendía a los dioses.
En la Mesopotamia ya el Código Hammurabi concebía el cobro de impuestos. Tmabién en Grecia, Egipto y en la Antigua Roma, los recaudadores de impuestos eran tipos bien conocidos, aunque poco queridos. Incluso en la Biblia, se recoge la «conversión espiritual» de uno de estos personajes, que a través de toda la historia han sido impopulares. Se trata de Mateo, quien sería a la postre uno de los discípulos de Jesús y autor de uno de los libros de la Biblia, quien era un publicano, es decir, un recaudador de impuestos que trabajaba para el gobierno romano.
Era tal, la mala fama ya en estos tiempos de un recolector de tributos, que se cuestionó al propio Jesús el que compartiera la mesa con uno de estos funcionarios públicos, que curiosamente llevaba por nombre Zaqueo.
Más tarde las guerras y las conquistas en todo el mundo -también en la América prehispánica y colonial- fueron muy buenas excusas para exigir altos impuestos a las personas y financiar estas empresas expansionistas.
En buenas cuentas siempre ha sido incómodo el cobro de gravámenes en cualquier cultura o nación, en Oriente y Occidente. Sin embargo, más allá de eso, lo clave es quién los paga, para qué los paga y cómo los paga.
Por ejemplo, en febrero de este año, Italia propuso modificar la exención del impuesto de bienes inmuebles que incluía edificios de la Iglesia donde no se realizan cultos religiosos. Es decir, colegios, hospitales del clero, y otros 100 mil inmuebles italianos ahora… ¡deberán pagar impuestos, quiridi!… y así el gobierno de Roma podra obtener la friolera de 600 millones de euros. Y eso que los italianos ni siquiera hablaron de reforma tributaria.
Pero en Chile, algunos creen que nos están pasando “gato por liebre”, toda vez que fue desde elos educandos que se exigió una Reforma Tributaria -con todas sus letras- o sea, para financiar una educación gratuita y de calidad, aumentando mayores tributos a las personas que ganan más y a las empresas.
Incluso se planteó una rebaja transitoria del impuesto a los combustibles, que permitiera al chileno promedio ahorrar, ya que esta inmensa mayoría es la que no tiene forma de recuperar impuestos como lo hacen las empresas, descontando gran parte de sus tributos con distintos e intrincados mecanismos.
Sorprendentemente, bajar este impuesto específico ya salió del debate político, pese a que en el Congreso el proyecto lleva 3 años, y fue algo que comprometió materializar este gobierno. O sea, otro anuncio que se hace, pero que no se concreta.
Hoy la reforma quedó en «ajuste» tributario, y los diputados ya aprobaron un millón y medio de pesos adicional para sus bolsillos, al votar por una rebaja al impuesto a la renta, que más que privilegiar a la clase media, alivia el bolsillo al 2% de los más ricos.
Claro porque la idea original de allegar recursos al Fisco, hoy está apuntando más bien una rebaja del impuesto que beneficiará a las personas que ganan sobre 4 millones de pesos al mes, un verdadero subsidio al 18% de mayores ingresos del país. Esa no es la clase media. Claramente, el actual proyecto de ley de La Moneda promete recaudar poco y ser inequitativo.
Y es que simplemente no puede ser que a aquellos que ganan más en Chile se le bajen los impuestos, categoría que incluye no sólo a los parlamentarios, también a los ministros, intendentes, y un buen lote de gerentes de todo Chile, que ganan varios «palitos» cada 30 días.
Suena a resentimiento, pero no lo es. Simplemente, es que de prosperar el proyecto de ley actual, y llegar a promulgarse tal como está, será un “ajuste” a la clase alta y no una reforma tributaria para mejorar la educación, porque para eso es central que una mayor recaudación pase porque sean las personas que ganan más y las empresas, quienes paguen más impuestos por sus (in)utilidades…
(*) Es Periodista y Editor de Contenidos de EPD Comunicaciones Ltda.
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