La leva del descontento
Por Magdalena Rosas Ossa
columnista@elpatagondomingo.cl
Vuelvo a este escritorio después de casi 10 días. Me siento extraña. Las cosas han cambiado en forma radical.
No puedo sacarme la violencia de la calle el día 9 de mayo, me vienen las imágenes de la gente corriendo entre los estanques de gasolina de la estación de servicio, los caballos aplastando mujeres y niños, los policías del Gope enrollados sobre sí mismos en grupos de a 6, moviéndose como una tortuga, mientras las piedras vuelan sobre sus cabezas, Beto arriba del guanaco convirtiéndolo en ballena mientras el policía intenta sacarlo, Capitán colgado de las rejillas de la ventana del mismo guanaco mientras un policía lo baja de los testículos.
No puedo dejar de pensar en las mujeres que con brazos en alto aguantan el chaparrón de agua ni la primera sorpresa al constatar que no es agua cualquiera, que es un líquido quemante que se te mete por los ojos, por la nariz, por la boca. Son ellos a los que la policía lleva detenidos. Los heridos de piedras, son nuestros heridos.
Entonces, todas esas imágenes fotográficas de manifestaciones cuerpo a cuerpo en las distintas ciudades del mundo, se convierten en realidad con una sensación muy fuerte de que a nuestro pequeño paraíso, ha llegado también el caos de fin del mundo.
Porque, ¿adónde miraremos ahora? ¿quién nos dice dónde está la oportunidad, la salvación, el camino para un cambio de sistema que termine con esta irracionalidad diaria?
Irracionalidad de destrucción humana, de especies animales y vegetales, de producción a destajo.
Hoy, que ha muerto uno más de los trabajadores de la planta nuclear de Fukushima, que el reactor número 1 se ha fundido, llevando la radiación al mar, sólo a 200 kilómetros de Tokio, el mundo entero debiera estar de luto.
Pero no, reina la soberbia.
No se trata hoy de cambiar un gobierno por otro, es la mirada de frente a los modelos de vida impuestos en forma global. Una mirada que debiera significar un cambio paradigmático en nuestra manera de consumir durante lo que nos queda de vida.
Como siempre, la voluntad de cambio surge de las masas. Pero ¿hasta qué punto de inmolación tendrán que llegar las masas para ser escuchadas?
Lucha de piedras contra fusiles y tanques. Lo vemos a diario entre los colonos israelís y la población palestina, en Siria, Pakistán, Yemen y aún más cerca, aquí en el corazón chileno, en las comunidades mapuches que llevan años intentando despertar a una sociedad indolente, una comunidad que se rebela a ser víctima de una injusticia que no tiene nombre.
Años luchando por recuperar aquello que les pertenece.
¿Quiénes son los que no se quieren mover? ¿Los ciegos que no quieren ver? ¿Los que no desean ser intimidados en su tarde dominguera?
Muchos dicen: La aplicación a ultranza de un modelo de economía de libre mercado, en que nuestro país durante la dictadura fue el perfecto laboratorio, ¿Qué pasa con la muestra? ¿Continua acaso la experimentación?
Las masas hoy están expresando su descontento no sólo al proyecto HidroAysén, estamos expresando la necesidad de transformación y cambio, y lo que me angustia es que nadie parece escuchar, que no pareciera haber en el horizonte ningún camino coherente con la necesidad del país y su gente.
Las alternativas políticas se cierran entre viejos caducos, que creyeron que el camino era abrir el país a la libre competencia, integrarlo a los mercados globales, convertirlo en el país líder de Sudamérica, olvidando los principios básicos de la igualdad y el verdadero desarrollo que surge desde dentro mismo de las comunidades y su sabiduría ancestral. Me cuesta entender que esa gente, la que fue víctima de la represión y la tortura, esa misma gente, no haya sido capaz de inventar otra cosa traicionando muchas veces sus principios, sus ideales y sus sueños. ¿Significará entonces que finalmente fueron ellos, los otros, los que ganaron?
Add a Comment