Chinchineros mantienen vivo legado familiar

Por Priscilla Villavicencio C. 

   Se acerca el 18 de septiembre y además este año Chile cumple 200 años, participamos de un mundial de fútbol y tenemos a nuestros mineros héroes mundiales cantándonos el himno nacional. Querámoslo o no la chilenidad está a flor de piel y las calles están pintadas de blanco azul y rojo, tanto así que hasta nuestra región han llegado un chinchinero y un organillero.

   Casi sacados del baúl del recuerdo aparecieron en la comuna de Coyhaique, Juan Lizana y Omar Cifuentes, organillero y  chinchinero respectivamente. El primero tiene 40 años de trabajo en el cuerpo y el segundo unos 23 años de zapateo. Es la segunda vez que pisan suelo patagón y para los niños de los 8 colegios que visitaron en la comuna de Coyhaique, la primera vez que participaban del show callejero del bombo, el organillo y el chin chin.

   Con menos polvo en los trajes de lo que deberían tener, estos exponentes de la tradición chilena olvidada, se pasearon con alegría bailando y tocando como si Violeta Parra les avivara la cueca.

   Si bien para los ayseninos este es un show que aparece sólo para el bicentenario, en la capital, Juan Lizana es parte de 4 generaciones de tradición chilena. La historia de su familia comienza con Héctor Lizana Gutiérrez, quien en el año 1936 acompaña a un organillero vendiendo pelotas de aserrín por las calles y plazas de Santiago de Chile. “Es tradición de familia, mi padre tiene 84 años y es chinchinero y organillero. Yo a los 13 años empecé a trabajar con el organillo, llevo 40 años, lo veo como cualquier trabajo profesional, se disfruta harto poder viajar a donde quieras, haces tu maleta y chao, te mandas a cambiar y si es viaje afuera del país igual”, cuenta Juan Lizana, quien ha paseado su música por Chile, Alemania, Cuba, Estados Unidos, México y Canadá.

Alegría infantil

   Termina el show en la escuela de Balmaceda y los niños se abalanzan sobre los músicos para tocar sus instrumentos. Entre un mar de pequeños, Juan y Omar nadan hasta un rincón para contarle al Patagón Domingo lo que fue su viaje por la Patagonia.

   “Así como disfruta la gente, nosotros también lo hacemos. Dejándolos contentos uno se siente más feliz”, dice Lizana con orgullo, mientras los niños todavía le roban uno que otro beso. “Yo pienso que es una buena idea esto de llevarnos a los colegios porque de ahí están saliendo los artistas y ellos van a mantener las tradiciones. De repente se olvidan de los personajes típicos, esto es una muy buena idea, así los niños van creciendo culturalmente”, agrega. Por su parte, el chinchinero Omar señala, “lo primero que buscamos es alegrar a los niños, a la gente de edad, alegrar a la gente de la ciudad a la que vamos, que queden contentos, que no se lleven un mal aspecto de la cultura que tiene el chinchinero, que ellos vean que en Chile se puede vivir con cultura”.

   Cifuentes es chinchinero desde los 10 años, “empecé a tocar el bombo por mi abuela, porque es organillera y mi tío era chinchinero. Ahí empecé a aprender, con mi mamá, mi papa, mi hermano y mis primos. Tengo 3 hijos hombres, vamos a ver si a alguno le va a gustar mi tradición. Si les gusta les voy a enseñar lo mejor que se pueda para que la cultura siga viviendo, que no se muera”, asegura.

 No sólo para el “18”

   Le preguntamos a Omar como fue el recibimiento de los niños de Aysén, el músico se queda en silencio, esboza una sonrisa y cerca del llanto dice, “el recibimiento de los niños fue tremendo. Fue súper hermoso. No tengo palabras para explicarlo, porque… me dejaron  contento, con algo en el corazón. Había niños que nunca en su vida habían pensado ver a un chinchinero con un tambor en la espalda, incluso ni un organillo habían visto. Las chicharras ni los remolinos tampoco”, cuenta con asombro.

   Aún cuando los músicos hacen de su tradición un sustento, es ocasional el furor por su arte, respecto de esto Cifuentes comenta, “sería mejor que la cultura siguiera viviendo, no acordarse del chinchinero y el organillero sólo cuando hay fiestas, que se acordaran más seguido, todo el tiempo”, implora.

El origen del Chinchin

   El chinchinero nació en la Región de Valparaíso. El instrumento fue inventado por una mujer y después se extendió hacia la zona central y fue en Santiago donde surgió la idea de acompañar al organillero, que en la década de 1930 era acompañado por otros personajes, como el fotógrafo, el suplementero, el afilador de cuchillos y el farolero que indicaba la hora. A medida que pasó el tiempo, cada personaje se fue independizando. El fotógrafo se quedó en las plazas, el que daba la hora desapareció por razones obvias: se masificó el reloj. El afilador de cuchillos siguió solo por los barrios y de igual forma lo hizo el organillero. Sólo hasta la década de 1960 apareció el chinchinero y empiezan a trabajar como grupo, representando la cultura y tradiciones del pueblo chileno.

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