Crónica “Después D” – Martes 15 de Marzo de 2011
En el nombre del Miedo…
Por Claudio Díaz Peña
¿A qué le tenemos miedo?, probablemente cuando nacemos a nada, pero conforme pasa el tiempo vamos aprendiendo a tener miedo, en buenas cuentas, nos enseñan a temer, ya sea para protegernos, ya sea para evitarnos daños innecesarios.
Desde sus inicios, el hombre hereda miedos ancestrales y permanentes; el temor a Dios, el temor al fuego, a la oscuridad, a los foráneos del frente y a los del otro lado del océano… miedos de los cuales religiones, reinos e imperios enteros, se valieron para unir a sus súbditos o fieles tras una causa. ¿Las consecuencias? Guerras, cruzadas, conquistas; y más reinos, más religiones y más imperios.
Hace algunos años, muchos estaban convencidos que era la ignorancia sobre el mundo y sus avatares lo que cimentaba nuestros miedos. En épocas como La Ilustración, y el llamado siglo de las Luces, se creía que con el desarrollo del conocimiento, confiando en la razón y la ciencia, se acabaría con la superstición y las tinieblas de la ignorancia, y por tanto con los temores. La modernidad sería aquel período de la historia humana en que, por fin, quedarían atrás las inseguridades que carcomían nuestra vida.
Sin embargo, hoy nos damos cuenta que ha ocurrido exactamente lo contrario. Vivimos en un estado creciente de amenaza irracional permanente. Hoy no sólo le tenemos miedo a la muerte, a perder nuestro empleo, o miedo a no ser exitosos, también le tememos miedo a situaciones como un terremoto, un posible tsunami, a la caída de las bolsas, a un atentado terrorista y a un accidente nuclear…
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman dice en su obra “Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores” (2007), que el miedo es capaz de adoptar las más diversas formas.
Pero lo que personalmente me da más miedo, es el miedo al miedo que tiene cada sociedad, y peor aún, todo aquello que cada sociedad o nación hace y justifica en nombre del miedo.
Tras el atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos invocó una ley para espiar a sus propios ciudadanos, en sus cuentas bancarias, conversaciones telefónicas, correos electrónicos. Pero no todo pasa tan lejos. En Argentina, aún se debate la vigencia de la llamada Ley Espía que establece que las empresas que prestan servicios de telefonía o de Internet, deben guardar durante 10 años la información sobre todas las comunicaciones de los argentinos. «Todas», incluye páginas visitadas, correos electrónicos, chateos y por supuesto las conversaciones telefónicas. Por cierto, juristas trasandinos reclaman la inconstitucionalidad de la ley aprobada a fines de 2003, y que vulnera la intimidad y el secreto a la correspondencia.
Hoy pese a toda la tecnología disponible en el mundo, cada día nos acecha un inventario interminable de catástrofes: un meteorito que se acerca peligrosamente a millones de kilómetros de la tierra, misteriosos explosivos que viajan en tubos de pasta de dientes, o el azote del fenómeno climático de «La Niña». Todo ello, se suman a nuestros miedos del día a día, a la inflación, al aumento del precio de los combustibles o a la delincuencia.
Ciertamente, para las élites globales, el miedo posmoderno es un bien a transar, que sube sus bonos cuando demostramos nuestra incapacidad para determinar qué podemos hacer y qué no, para contrarrestar un temor global, porque para nadie es un misterio que el miedo, inculcado desde las más altas esferas del poder, se constituye en un formidable instrumento de dominación política y de control social. Ejemplos en la historia pasada, hay decenas, y en nuestro tiempo presente también…
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